Desde pequeños, cada vez
que se nos caía un diente, siempre escuchamos hablar del “Ratoncito Pérez” o
“Ratón de los Dientes”, aquel personaje de leyenda que supuestamente venía por
la noche mientras dormíamos, para recoger el diente que dejábamos debajo de la
almohada a cambio de un regalo o propina. Recuerdo que yo dejaba mi diente en
la bolsa más grande que encontraba para que el “Ratón” no tuviera problemas en dejarme un
regalo gigante!!!
El protagonismo de este
animalito no quedó sólo como parte de una leyenda en la mafia de los dientes,
sino que también saltó a la fama cuando Walt Disney creó al “Ratón Mickey”, un
personaje de ficción en los dibujos animados de los años 20, que se convirtió
en deleite de grandes y chicos hasta la actualidad. Pero estos tiernos ratoncitos
son sólo parte de la ficción y leyenda ya que existen los de carne y hueso, con toda su parentela, que
de tiernos no tienen nada.
Hace unos meses, regresando
de tomar lonchecito con uno de mis mejores amigos, caminábamos rumbo a casa
disfrutando de una amena conversación cuando de pronto se me abrieron los
faroles, digo los ojos... y me quedé muda, tiesa y paralizada!!! En la
tranquilidad de la calle venía por la vereda en dirección hacia nosotros un peluche
gordo brincando y corriendo a toda velocidad…ERA UNA ENORME RATA!!!
Mi amigo, distraído viendo
el diseño y arquitectura de un edificio empresarial, no se percató del
maratonista peludo, mientras que yo muda y presa del pánico sólo atinaba a
hacer señas, ruidos, gritos, brincos y a tratar de treparme sobre la otra
persona, terminé prendida de su cuello y colgando de sus hombros gritando como
una loca. Mi amigo no entendía lo que pasaba, ya que no es cosa de todos los
días el que una amiga te caiga encima gritando tan fuerte como sirena de ambulancia.
Fue un momento confuso y
recién se dio cuenta de lo que ocurría cuando vio mi cara de pánico con la
mirada hacia la vereda, la rata era realmente enorme y hasta ahora recuerdo el
sonido de sus uñas sobre la acera… tic, tic, tic. Jamás sentí tanto pánico,
pensé que la rata se me iba a trepar y la que terminó trepada fui yo, pero
sobre mi amigo. Luego de la llave de karate que le apliqué al cuello mientras la peluda rata corría los 100 metros planos y pasaba a nuestro costado, tuve que soltarlo porque ya empezaba a ponerse morado!!!
Como no me salían las palabras por el pánico, no hubo tiempo para cruzar a la otra vereda, y el peluche de cuatro patas paso exactamente a nuestro costado como cualquier transeúnte que lleva prisa. Dicen que las brujas vuelan, pero en aquel momento me fallaron los poderes de bruja bamba y no pude alzar vuelo alguno. Ese día inventé un nuevo idioma, que dicho sea de paso nadie más que yo entendería, y mi pobre amigo tuvo que ser curado del susto, no por la rata, sino de mi!!!
Ahora lo recuerdo como humorada, pero en su momento fue espantoso, bochornoso, vergonzoso y no se lo
deseo a nadie. Se dice que mínimo hay nueve ratas por humano en el mundo, y la
verdad no quisiera imaginar lo que pasaría si a estos animalitos se les ocurre
salir juntos de paseo a la superficie terrestre, pánico total e infartos al por mayor. Habrá que estar preparados para un encuentro cercano con el “Señor Ratón”, su señora o alguno de sus parientes, y espero que haya alguien a mi costado donde poder treparme!!!… :D